Manolo García en su canción Rosa de Alejandría:
“Alejarme quiero. Adentrarme en el silencio.
Caminar sereno. Abandonar esta senda.
Alejarme quiero…”
Fueron la Sierra de Alor, la brisa que merodea por el Alqueva y los olivos centenarios, el origen de esta canción, o eso me gusta pensar. Sin duda, son sus acordes los que acuden a mi mente cada vez que pongo los pies en este espacio mágico, tan perfecto que, si no existiera, habría que inventarlo. Es aquí donde la naturaleza se nos muestra como lo que es: un espectáculo para nuestros sentidos. Entre mil y una tonalidades distintas de verde destaca, con sus vivos colores, tan fuerte como efímera, la Rosa de Alejandría, le gusta crecer en la cara norte de los montes. Como pequeños faros que guían mis pasos, cegándome con su luz, haciendo que me sienta insignificante ante tanta belleza. Si alguna vez me pierdo en sus rincones, solo tendré que afinar mi olfato y buscarla a ella, la estrella polar de la Sierra de Alor. La más poderosa de todas las plantas. Según nuestros antepasados, curaba los dolores del alma, ahuyentaba a los espíritus y ayudaba a sacar adelante la cosecha. Hay que mimarla y tratarla con suma delicadeza: es tan poco el tiempo que decide mostrarse ante nosotros…
Sabe tanto de su valía, que no se conforma con un solo nombre y los quiere todos: Peonía, Flor Maldita, Duelecabezas, Quemaojos, Rosa Montesa, Rosa del Diablo, Rosa de Santa Clara, Rosa Amante de los Montes, donde crece con total libertad. Creando una alfombra fucsia y amarilla que engalana a una sierra en la que querrás quedarte a vivir eternamente.
Un paraíso protegido
Con sus seiscientos metros de altura, la Sierra de Alor, parece un gigante dormido esperando que vaya y lo despierte. Ahora mismo no puedo, pero ¡cuando pueda! no despegaré mis pies de su tierra rojiza. Me perderé en su bosque mediterráneo, en sus dehesas y pastizales salpicados de jaras, olivos y ovejas errando por múltiples senderos. Cuando caiga la noche, buscaré refugio en sus chozos y cobijos, mientras siento en la nuca la mirada cómplice del bandolero. Entonces, el viento me traerá el relincho de sus caballos y la fragancia sutil de infinitos olores entremezclados.
Por algo será que este enclave, cercano a Olivenza, está catalogado como Zona Especial de Conservación (ZEC). Situada en las estribaciones de Sierra Morena discurre, majestuosa, al lado de las localidades de Santo Domingo y San Jorge de Alor. Un edén excepcional que atesora numerosas especies de flora amenazada. Zona de Especial Protección de Aves (ZEPA) donde el milagro de la vida nos sorprende por doquier. En forma de nidos, trinos, o enjambres de abejas en un viejo tronco carcomido. Numerosos caminos y senderos que nos llevan o nos traen a su antojo. Naturalmente Badajoz quiere mostrártelos todos para que descubras que, puede que un día, Sierra de Alor y Monte Longo fueran portugueses. Pero hoy son, ante todo y sobre todo, un paraíso español.
Un manantial de vida
Después de mucho caminar, aparece ante mis ojos, como un oasis en el desierto, la Fuente de Val do Gral. Este manantial, en los meses en los que da agua, sacia la sed del rebaño y del cabrero. También la mía. Mientras me refresco miro hacia Portugal, hacia España ¿acaso, desde aquí, no parecen una sola? ¿Qué tendrá esta tierra que me llama? ¿Qué me atrae con su rústica belleza? No sé si serán sus leyendas, los hornos de cal, los chozos de los pastores, las majás… O la huella que han dejado las distintas civilizaciones a su paso…
No sé por qué me ha embrujado, tan solo espero permanecer para siempre bajo su hechizo. Soñando con una tierra que se abre ante mis ojos, embotando mis sentidos. Escuchando rumores de antiguas fronteras, en los confines donde se unen Extremadura y el Alentejo, lo rudo y lo bello, el mito y la realidad. Lo único que se con certeza es que, tras probar sus aguas, jamás podrás satisfacer tu sed en otro sitio.
Diego Corrientes, El Bandolero Generoso
La Rosa de Alejandría no es la única que busca su refugio en la Sierra de Alor, también lo hizo, entre la espesura, controlando el paso de las tropas que lo perseguían, Diego Corrientes, el Bandolero Generoso. Corrían tiempos difíciles y los trapicheos fronterizos eran el pan nuestro de cada día. Olivenza, más portuguesa que española. Algunos tenían mucho y otros, demasiado poco. Este héroe del siglo XVIII, nacido en Utrera, robaba caballos a los ricos, y los escondía aquí, en esta sierra, antes de pasarlos al otro lado de la frontera. La profundidad del paisaje, la complicidad de las gentes sencillas que vivían en estas tierras, la oscuridad, le permitieron burlar una y otra vez al enemigo. Aún puede sentirse su presencia en la única habitación de su guarida, desgastada por el paso del tiempo. Si sus paredes pudieran contar historias, nos hablarían de romances, soledad y valentía. Este bandolero generoso, al que nunca se le imputó ningún delito de sangre, fue apresado en el cortijo “Pozo del Caño”. La horca le arrancó la vida, pero su leyenda, perdurará para siempre en todos y cada uno de los rincones de la sierra.
Ven con nosotros, sigamos la estela de sus pasos, sintamos su coraje, su rebeldía y, ¿por qué no? También su miedo. Deja que Naturalmente Badajoz te cuente historias del ayer para que, a partir de hoy mismo, aprendamos a conservarlas para el mañana.