Aire del Atlántico
Existe un lugar en el que la brisa, antes de entrar, se despoja de su olor a mar y a fado. Un lugar en el que, lo que fue un antiguo silo se yergue, orgulloso, obligando a recordar a todo aquel que sepa apreciarlo que, sin la tierra que nos rodea, no seríamos nada. En este lugar, el aire corretea libre, desnudándose de todos sus accesorios artificiales para fundirse con la luz, el agua y la naturaleza. Aquí el vino y el aceite rebosan en sus bodegas y almazaras. Sus calles amplias impregnadas con olor a puchero, a buen caldo y a tierra mojada, embotan los sentidos y nos hacen retroceder en el tiempo.
A una época no tan lejana donde nos fiábamos tanto del prójimo, que ninguna puerta se cerraba por las noches. Si respiras profundamente, sentirás cabalgar por tus venas la esencia de lo auténtico. De los abuelos sentados al fresco mientras los niños, como pájaros en bandada, vuelan por las calles, llaman a las puertas y echan a correr…
Y es que, cada vez que mis pies pisan el suelo de La Albuera, viajo a mi infancia, a la fiambrera llena de queso y chorizo que acompañaba al labriego en su jornada; al calor pegajoso de las tres de la tarde; a un cielo tan estrellado, que casi parece imposible.
Que suerte que los avances tecnológicos no hayan conseguido eclipsar sus orígenes, ni el sosiego que te inunda al sentir en la piel, la brisa húmeda que viene de la Rivera de Los Limonetes.
Tiempo libre en La Albuera
Hoy en día todo son prisas y apenas nos queda tiempo que dedicar a nosotros mismos. Vamos de un lugar a otro sin prestar atención a cuanto nos rodea. Hablamos sin decir nada, llenando el silencio con palabras huecas que no nos permiten disfrutar de los sonidos de la naturaleza.
Por eso, quiero proponerte un plan: sube lentamente por la Calle Real hasta llegar a la Plaza de España, cierra los ojos y escucha el constante crotoreo de las cigüeñas que han hecho de la Parroquia Nuestra Señora del Camino, su majestuosa morada. Pasea por el parque Wellington, el de Lord Byron, el de La Sangre, el Paseo Fluvial de la Rivera y siéntete afortunado, pues son muchos los que pagarían por respirar la paz que transmiten sus rincones. Dirígete al Centro de Interpretación de La Batalla y al de La Naturaleza, sus puertas estarán abiertas para contarte los secretos de esta tierra y de sus gentes. Son tan generosos que, con mucho gusto te prestarán un trocito de su Parque Periurbano de Conservación y Ocio “El Chaparral” para que puedas vivir una experiencia única. Aquí, con su coto de pesca sin muerte, sus siete balsas, su estepa salina, su bosquete de coníferas y su industria que, lejos de contaminarlo lo complementa, las actividades al aire libre serán más al aire libre que nunca. Si sigues paseando entre el Periurbano y la Rivera de Nogales verás aparecer los huertos comunales que el ayuntamiento cede a los vecinos. Hortalizas, verduras y huevos de gallina ecológicos enmarcados entre dos espacios únicos donde lo natural y lo artificial van cogidos de la mano.
El Agua que da la Vida
Si la memoria no me engaña, la última vez que las vi llenas fue hace siete largas primaveras. La naturaleza, sabia como ella sola ha querido mostrarnos que la esperanza es lo último que se pierde. Y que no siempre el que espera, desespera.
Y así volvieron las lluvias… y volvieron a llenarse de agua.
El Complejo Lagunar de La Albuera luce, como nunca, sus mejores galas: todo es verde y azul. Parece ser que ha estallado la vida nuevamente.
Por fin las grullas pudieron saciar su sed y su añoranza antes de emprender su largo viaje. No pude despedirme de ellas, es igual, dentro de nada volverán, con su alegre trompeteo, pintando en el cielo una uve temblorosa, como la que dibujaría un niño que está aprendiendo a coger el lápiz. Ahora, más que nunca, sé que regresarán. Es tan mágica el agua de la Laguna Grande, tan misteriosa y fascinante, que tienen que retornar, aunque solo sea para comprobar que aún sigue ahí, embelleciendo un paisaje que, durante años, ha estado huérfano y vacío.
Parece mentira que, algo tan cotidiano como el agua, haya conseguido reunir a tantas y tan variadas especies. La Laguna parece una romería donde Flamencos, Moritos, Espátulas, Cigüeñuelas, Gaviotas Reidoras, Ánades Azulones, Fochas, Somormujos Lavancos… luchan por conseguir el mejor alimento y se refrescan para después levantar el vuelo en una danza sincronizada que consigue estremecer a todo aquel que se aventure a contemplarlas.
Prismáticos en mano, acudo puntual a mi cita, para comprobar que no lo he soñado, que el oasis aún sigue ahí y rezo para que, todos los años, vuelva a producirse el mismo milagro.
Algo natural lleno de actividades al aire libre
Caminaremos la Estepa Salina Mediterránea, por el Parque Periurbano del Chaparral, si dañar al Enano Espinoso y la Capitana Siempreviva Azul. Bajo la sombra del bosquete de coníferas, aliviados por la brisa húmeda de las balsas, buscaremos señales de vida en sus aguas. Nos sorprenderá el grito descompuesto del Gallo Azul (Calamón), mientras un Pato Colorado, abandona la enea. Navegaremos en kayak, mientras los niños escuchan historias que brotan de la naturaleza. Veremos a los abuelos en los huertos comunales, recolectando las lechugas que acompañarán el almuerzo. De seguro, nos toparemos con algún pescador relajado por el sosiego del agua, que romperá el trino reiterado del Carricero Tordal. Caminaremos los Llanos buscando la silueta rechoncha del ave voladora más grande del mundo, la Avutarda. Seremos testigo de cómo el Aguilucho Cenizo con su vuelo raso vigila las tierras gordas, los maceteros de olivos, vides y mares de cereales, que ondularan a su paso, dándole la bienvenida. Llegaremos al Complejo Lagunar, donde tomaremos consciencia de estar caminando sobre un espacio único extremeño. Llegaremos al Polígono Industrial del Chaparral, donde observaremos con asombro, como la naturaleza y la industria se combinan de forma sostenible, al lado de una oxidada grúa, colonizada por una colonia de Cigüeñas, mientras recuerdo aquel acertijo que me repetía mi abuelo: “en aquel cerrillo hay un nido de zarracatapla, con cinco zarracataplillos, cuando la zarracatapla tapla, zarracataplean los zarracataplillos”.
Hoy hemos contado que hacer en La Albuera, en su naturaleza; en otra ocasión, hablaremos de comer, de avistar recreaciones históricas, de romerías, ferias y otras muchas actividades, pero que estarán también marcadas por el agua y la brisa que discurre. Naturalmente Badajoz que piensa en verde, refrescará una parte de los lugares denominados “España vaciada”, que aunque se queden sin gente, siempre estarán llenos de Vida.