IBN MARWAN
“El hijo del gallego” llegó a Córdoba como rehén de mi señor, el emir Muhammad. Astuto y zalamero sedujo a mi príncipe, que lo dignificó nombrándolo capitán de su guardia. Yo, Hassin, como hagib, siempre desconfié de este advenedizo. Siempre vi en él un creyente fingido, un hereje cristiano de la vieja Emérita.
He de confesar que sí, es cierto, lo golpeé y lo humillé ante los wisires. Entonces fue cuando reveló su verdadero rostro. Huyó a su patria y se levantó contra nosotros. Se hizo fuerte en alturas amuralladas y desafió a los seguidores del profeta. Nuestras huestes lo derrotaron y, sirviéndose de su perfidia, de nuevo engañó a mi señor el emir prometiéndole sumisión a Córdoba y a la verdadera fe. Le encomendamos que protegiese el emplazamiento de Batalyaws y su fértil comarca y, una vez más, sus promesas melifluas doblegaron nuestra natural desconfianza.
Y, de nuevo, erigió murallas y fortalezas, y acogió a enemigos del profeta que llegaron desde su patria emeritense y desde las fronteras del norte. Y alzó banderas contra nosotros y nos derrotó en confusas batallas. Y sí, lo confieso, es cierto, me hizo su prisionero. Y curó mis heridas y respetó mi dignidad y me envió como prisionero del rey de Asturias.
Los años pasaron y yo me fui apagando como la ascua fuera del fuego. Oí relatos que contaban como Ibn Marwan ensanchó sus dominios, y cómo las poblaciones bajo su protección loaban su buen gobierno. Tuvo hijos y nietos que perpetuaron su nombre.
Sí, es cierto, ahora que me aguarda la muerte lo confieso. Lo envidié por sus actos y lo extrañé en sus ausencias. Córdoba no llorará por mí, sin embargo, la orgullosa, la altiva Córdoba, lloró por él.
Puertas abiertas
La puerta es una abertura que nos permite entrar y salir. Es una posibilidad que se nos ofrece. Atravesar una puerta es transitar hacia otro lugar, hacia otra vida. Es donde lo conocido pasa a ser desconocido. Símbolo del tránsito. Es una invitación al viaje, a la aventura probable, al misterio. Cruzas el umbral y en el interior del recinto, de alguna manera, te espera lo conocido, y al mismo tiempo lo sagrado. Si lo atraviesas hacia el exterior, extramuros, queda lo profano, el misterio, la vida salvaje.
Entre puertas y portillos son nueve los accesos de nuestra alcazaba. Las puertas del Capitel y del Alpendiz, nos han llegado tal cual las idearon los almohades. Puerta de Yelves, recordando el antiguo nombre de la ciudad hermana de Elvas hacia la que se orienta, de época atfasí y con elementos visigodos que se reaprovecharon. Puerta de Carros, del siglo XVII. Puerta de la Coracha. Portillo de la Torre de las Siete Ventanas, portillo de la Torre Vieja, y los dos portillos anexos a la puerta del Alpendiz completan el sistema de accesos a esta “acrópolis” nuestra en la que se mezclan restos de las culturas que nos hicieron ser lo que somos.
Entra y reposa tu cansancio contemplando e imaginando este mundo que ya fue. Sal y explora las maravillas posibles que hay tras cada recodo, tras cada meandro, tras cada colina. Atraviesa las puertas y vive.
La Alcazaba de Badajoz
Al kasbah, la ciudadela. La más grande de Europa, la más extensa del mundo en aquella época, abrazada por el Rivillas y el flumen anas o wadi anas, nuestro Guadiana. Mi alcazaba, tú alcazaba, vigía natural que otea los horizontes, siempre demasiado lejanos.
Los almohades, aquellos fanáticos religiosos que vinieron desde las estribaciones del Atlas consolidaron las fortificaciones de la colina y gobernaron desde ella la taifa de Batalyaws. Otros reyes cristianos, antes y después, también construyeron y soñaron desde este Cerro de la Muela. Las guerras y los siglos gastaron sus piedras, sembradas de inscripciones y grabados, reflejo del orgullo de los humanos, que banalmente quisieron compartir el ansia de eternidad que la construcción refleja.
Ahora, que ya no estoy allí, la nostalgia me ahoga y sueño contemplando Badajoz desde el adarve de la muralla. Sus calles, sus paisajes y sus gentes vuelven hacia mí. Cierro los ojos, abro el alma y aprendo a volar desde esta atalaya, símbolo de días felices que siempre quedarán ahí.
Es en esta mágica colina donde los aftásidas construyeron mezquitas, su alcázar, viviendas, donde los cristianos edificaron hospitales, palacios e iglesias, donde hoy encuentran cobijo instituciones culturales y educativas y donde mañana seguirá palpitando el corazón de la ciudad que está a sus pies. Mientras la alcazaba esté, Badajoz será.